» Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.»
( 1 Timoteo 3:1-7 )

 

El psiquiatra español Carlos Castilla del Pino acaba de publicar la segunda parte de sus memorias, titulada Casa del Olivo , en la que narra su vida desde el año 1949 en adelante; con tal motivo el diario El País le hizo recientemente una extensa entrevista en la que el psiquiatra comentaba, ante las preguntas del periodista, sus vivencias y reflexiones acerca de esa etapa de su vida. Castilla del Pino fue uno de esos referentes intelectuales que la generación juvenil de finales de los años sesenta y principios de los setenta tuvo en España. En aquella etapa final de la dictadura, cuando la mano de la censura se había levantado un poco, era posible ver algunas de las obras de un joven y casi desconocido Castilla del Pino al lado de otras de Marx o de Engels en las casetas de libros de la Cuesta de Claudio Moyano en Madrid, lugar de cita obligada de todos los buscadores de aquella época que querían satisfacer la voracidad por leer lo que hasta entonces había estado prohibido. Eran los tiempos en los que se trataba de encontrar una síntesis entre las teorías marxistas en su forma clásica y las teorías freudianas del psicoanálisis.

El marxismo, ya con señales evidentes de decadencia y desprestigiado entre los jóvenes por la brutal represión de los tanques soviéticos en la Primavera de Praga de 1968, necesitaba una inyección de savia nueva que lo salvara de su rostro más pétreo e inhumano; para algunos esta salvación venía de la mano de Freud, quien supuestamente complementaría la faceta que Marx no supo captar en el ser humano: aquella que tiene que ver con su interioridad sin que ello implique nada de trascendental o religioso. De esta forma se mataban dos pájaros de un tiro: por un lado se abría una nueva perspectiva que enriquecería las tesis marxistas, demasiado encorsetadas por lo social, lo histórico y lo económico, y por otro se evitaba el escollo de todo lo que oliera a espiritualidad, Dios, los diez mandamientos, fe, etc., conceptos que ya Freud había interpretado satisfactoriamente con sus categorías psicoanalíticas, de manera que el matrimonio Marx-Freud parecía ser la ideología del futuro que libraría a la izquierda de los errores cometidos por los viejos comunistas.

 

Hasta se acuñó una nueva denominación para tal empresa, la Nueva Izquierda, que en contraposición a la vieja buscaba nuevos derroteros de revitalización de sus ideas. No faltaron ideólogos que se pusieron al frente del cambio, como Herbert Marcuse considerado el padre espiritual de los movimientos radicales estudiantiles en Europa y en Estados Unidos en los años sesenta, ni símbolos con los que los jóvenes se sintieran identificados, como la activista estadounidense Angela Davis, alumna de Marcuse, cuyo cartel, con su pelo ensortijado a lo afro, adornaba las paredes de las habitaciones de no pocos jóvenes de aquella generación.

Castilla del pino

Por convicción personal y por formación académica, Castilla del Pino se movió en esa búsqueda de la conjunción de las teorías filosóficas de Marx y las psicoanalíticas de Freud, y aunque fue militante del Partido Comunista de España no pudo someterse al rígido adoctrinamiento que tal militancia suponía, siendo como él dice ‘un francotirador’ . Pero lo que me llamó la atención en la entrevista no fueron tanto los aspectos ideológicos sino los personales y familiares que el autor ha tenido la honestidad de reflejar en Casa del Olivo .

El psiquiatra reconoce su incompetencia como padre y educador, hasta el punto de calificar como un error su paternidad, confesando que él y sus hijos, tuvo siete, se fueron convirtiendo en extraños, hasta llegar un momento en el que no podían ni hablar, lo cual, según él, sólo hubiera empeorado las cosas. Realmente la tragedia alcanzó proporciones verdaderamente gigantescas en su hogar, de lo cual da testimonio el hecho de que dos de sus hijos, Carlos y Gonzalo, murieran como consecuencia de su adicción a la heroína y al contagio del SIDA, Álvaro muriera en un accidente de moto, María Fernanda muriera de cáncer y María, quien ya desde niña sentía fascinación por la muerte, acabara suicidándose. Este terrible cóctel de muertes prematuras no podía dejar de pasar factura también a su matrimonio que terminó en divorcio. Ahora bien, el hecho de que se produzcan desgracias en el seno de una familia puede estar fuera de nuestro control y a nadie es achacable que un hijo fallezca en un accidente o que otro muera a causa de un cáncer; el verdadero problema estriba en que, como reconoce Castilla del Pino, el distanciamiento entre él y sus hijos era de tal magnitud que no sabía lo que hacían ni a qué se dedicaban.

Y aquí es donde me quedo estupefacto. Que un personaje de la talla del psiquiatra español, que ha tratado de curar las dolencias internas de tanta gente, que ha sido maestro de toda una generación de psiquiatras, que ha impartido conferencias por universidades de todo el mundo, que ha escrito libros en tiempos verdaderamente complicados para hacerlo y que se ha ganado el respeto y la admiración de tantos, resulta que no es capaz de estar cerca de sus hijos, ni hablar con ellos, ni de evitar los problemas personales que les llevaron a tres de ellos a la muerte.

Es curioso que, en un momento de la entrevista, Castilla del Pino no duda en acusar a la sociedad española del franquismo de muda y por tanto enferma, porque ‘Cuando no puedes hablar de todo lo que debes hablar, estás enfermo: eso crea un tapón que te bloquea muchas otras cosas.’ Pero el problema que él denuncia en aquella sociedad es también su propio problema, al ser incapaz de comunicarse con sus hijos, lo cual quiere decir que él también era un enfermo. Y aquí es donde tenemos la gran contradicción de Castilla del Pino: un enfermo que trata de curar a otros enfermos; uno que necesita desesperadamente ayuda tratando de ayudar a otros. Y es que es posible estar inmerso en tantas actividades, corriendo frenéticamente de acá para allá, volcado en lo que él denomina su ‘proyecto de vida consistente en la realización personal’ , que es muy fácil olvidarse de los que están más próximos a ti. Y entonces hay que preguntarse ¿De qué sirve haber hecho esto y aquello si has sido un fracaso donde primeramente tenías que haber sido de ayuda? ¿Cuán sólidas son tus teorías psiquiátricas si no han funcionado en el seno de tu hogar?.

Es por tal razón que, como enseña el texto bíblico arriba citado, el responsable de una iglesia (llámese pastor, presbítero, obispo o anciano) no es alguien que destaca en primer lugar por su formación académica (máster, licenciaturas o doctorados) sino por sus cualidades morales, habiendo de tener además el insustituible testimonio de los miembros de su propia familia. Por eso si puedes conseguir títulos obtenlos y cuanto más tengas mejor, pero ten cuidado con el síndrome Castilla del Pino, porque si es trágico que en un psiquiatra pase algo semejante mucho más lo es en alguien que sirve a Dios.

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